Entre las muchas joyas culinarias que esconde la Sierra ecuatoriana, hay una que no se encuentra en menús lujosos ni en supermercados... pero que está en casi todas las cocinas campesinas: el ají de piedra. No se hierve, no se fríe, no se licúa. Se machaca, se siente, se respeta. 🪨🔥
Una receta con alma
Este ají no se prepara, se crea con las manos. El proceso es simple, pero lleno de tradición: se colocan ajíes frescos, tomates, cebolla, sal y hierbas como el culantro sobre una piedra plana llamada piedra de moler. Luego, con otra piedra cilíndrica, se machaca todo a mano, hasta formar una pasta espesa, vibrante y fragante. 🫑🧄
Lo curioso es que al no usar fuego, todos los sabores se mantienen crudos, vivos, intensos. Es un ají que pica y acaricia al mismo tiempo.
Cada familia, un ají distinto
Aunque la base es parecida, no hay dos ajíes de piedra iguales. Algunas familias le ponen limón, otras maní, otras incluso chochos machacados. Cada mezcla cuenta algo de la zona, del gusto de la abuela, del clima o de la cosecha del día. Es cocina sin receta escrita, pero con historia oral.
Este ají acompaña de todo: locros, yucas, tortillas, cuyes, habas... incluso arroz blanco. No es un simple condimento: es el alma de la comida. Muchos dicen que un plato sin ají, es como un día sin sol. ☀️🌶️
Patrimonio vivo
En varias comunidades andinas, todavía se transmite esta práctica a los niños, como un acto de identidad. Machacar ají con piedra es casi un rito de paso. Incluso hay ferias donde se premia al “mejor ají artesanal”, y las abuelas compiten con orgullo.
Si alguna vez tienes la suerte de probar ají de piedra en una casa rural o mercado local, siéntete afortunado. Porque en ese sabor crudo, picante y profundo, hay siglos de cultura... y un pedazo de Ecuador que no se embotella.